¿Puede aspirar España a organizar el Mundial 2030?
Un combo diabólico se ha cernido sobre el fútbol español, dejando su credibilidad por los suelos y el sueño de organizar el Mundial 2030, junto a Portugal y Marruecos, en una situación de no retorno. El rotundo éxito de la selección femenina en el Mundial se ha diluido por el alcantarillado federativo. En apenas un año hemos multiplicado, a nivel planetario, la exposición negativa de nuestro
fútbol con tres focos de distinto tamaño, pero que tocan de lleno nuestra reputación a nivel internacional: los lamentables episodios de racismo, con Vinicius en el centro de la escena; el terrible calado del ‘caso Negreira’, con el pago sistemático durante 17 años por parte del Barcelona al presidente del CTA, organismo dependiente de la Federación, y el impresentable ‘caso Rubiales’, con todas sus derivadas sociales, mediáticas y la renuncia tardía del ya expresidente. Estas son, entre otras bondades, algunas de nuestras credenciales para pretender organizar el evento más importante del deporte después de los Juegos Olímpicos.
Todos sabemos que las tragaderas de FIFA a la hora de designar la sede de los Mundiales son infinitas
, pero hay que ser muy optimista o ingenuo para pensar que el fútbol español, en plena reconstrucción y con la billetera tiritando, tiene alguna posibilidad real de convencer a Infantino y compañía.
Dicho esto, no tiene sentido hipotecar la decisión sobre los próximos pasos federativos a esa utopía mundialista.
Tampoco debería servir para justificar el pretendido intervencionismo del Gobierno en la designación del próximo presidente de la Federación. Suena duro decirlo, pero la candidatura al Mundial 2030 es el menor de los problemas del fútbol patrio en estos momentos.
Sería precioso volver a disfrutar un Mundial en España, pero primero habrá que volver a pegar lo mucho que se ha roto
, recuperar la credibilidad y el prestigio, más allá del terreno de juego. Al menos, que nadie juguetee con el sueño mundialista para ganar tiempo o para perpetuarse en un sillón que no le corresponde.